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para la que las ocasiones habían sido demasiado escasas, el que el Maestro, contemplado así más de cerca,
tendría la cualidad, el don encantador de brillar, sorprendentemente, en el trato personal y en momentos de
expectación interrumpida o incluso tal vez atenuada. Una feliz relación con él sería algo que discurriera a saltos,
no en etapas fáciles de seguir.
-¿Los lee... de verdad? -preguntó dejando las pruebas cuando Paul le preguntó si la obra sería publicada pronto.
Y cuando el joven contestó «Oh, sí, siempre», su regocijo fue causado de nuevo por algo que captó en su
manera de decir eso-. Uno va a ver a su abuela el día de su cumpleaños, y muy bien está, especialmente porque
no durará siempre. Ha perdido todas sus facultades y sus sentidos; ni ve, ni oye, ni habla; pero todas las
devociones de costumbre y hábitos bondadosos son respetables. Sólo que usted es fuerte si en realidad los lee!
Yo no podría, mi querido amigo. Usted es fuerte, lo sé; y eso es precisamente parte de lo que quiero decirle.
Usted es muy fuerte, en verdad. He estado examinando sus otras cosas... me han interesado enormemente.
Alguien debería haber hablado antes de ellas... alguien a quien pudiera creer. Pero, ¿a quién puede uno creer?
Es maravilloso verlo en el buen camino... es un trabajo decentísimo. Pero veamos, ¿pretende usted seguir así?,
eso es lo que quiero preguntarle.
-¿Que si pretendo hacer más? -preguntó Paul, mirando desde el sofá a su erguido inquisidor y sintiéndose, en
parte, como un feliz colegial cuando el maestro está alegre y, en parte, como algún peregrino de antaño que
pudiera haber consultado a un oráculo famoso en toda la tierra. El desempeño mismo de St. George había sido
débil, pero como consejero sería infalible.
-¿Más...? ¿más? El número no importa; una más sería suficiente si en realidad supusiera un paso más..., un
latido del mismo esfuerzo. Lo que quiero decir es ¿va a buscar de corazón algún tipo de perfección decente?
-¡Ah, decencia, ah, perfección...! -suspiró sinceramente el joven-. El otro doningo hablé de ellas con Miss
Fancourt.
Esto produjo una risa de peculiar acrimonia por parte del Maestro.
-Sí, «hablarán» de ellas tanto como guste. Pero poco harán para ayudarlo a uno a conseguirlas. No hay
obligación alguna, desde luego; es sólo que usted me parece capaz -continuó-. Usted debe tenerlo todo pensado.
No puedo creer que no tenga un plan. Esa es la sensación que me da, y es tan poco corriente que lo excita a uno
de verdad... lo hace a usted notable. Si no tiene ningún plan, si no se propone seguir así, desde luego está en su
derecho; a nadie le incumbe, nadie puede forzarlo, y no más de dos o tres personas notarán que usted no sigue
el camino recto. Los demás, todos los demás, cada bendita alma en Inglaterra, pensarán que lo sigue... pensarán
que está manteniéndolo: ¡palabra de honor! Yo seré uno de los dos o tres que lo sepan mejor. Pero la cuestión
está en si puede usted hacerlo por dos o tres. ¿Es ésta la sustancia de la que está hecho?
La pregunta encerró a su invitado durante un minuto como entre brazos palpitantes.
-Podría hacerlo por uno, si ese uno fuera usted.
-No diga eso; no lo merezco; me abrasa -protestó con unos ojos repentinamente graves y encendidos-. Ese
«uno» es por supuesto uno mismo, la conciencia de uno, la idea de uno, la singularidad de la meta de uno. Yo
pienso en ese espíritu puro al igual que un hombre piensa en la mujer que en alguna hora aborrecida de su
juventud ha amado y abandonado. Ella lo persigue con ojos llenos de reproche, vive por siempre ante él. Como
artista, ¿sabe usted? me he casado por dinero -Paul lo miró de hito en hito e incluso se sonrojó un poco,
confundido con esta confesión; ante lo que su huésped, observando el gesto de su cara, soltó una risita y
prosiguió-: Usted no sigue mi metáfora. No estoy hablando de mi querida esposa, que tenía una pequeña
fortuna, la cual, sin embargo, no fue mi soborno. Me enamoré de ella, como muchos otros han hecho. Me
refiero a la musa mercenaria a quien llevé al altar de la literatura. Muchacho, no meta la nariz en ese yugo. ¡Ese
horrible rocín le arruinará la vida!
Nuestro héroe lo observó, sorprendido y profundamente conmovido.
-¿No ha sido usted feliz?
-¿Feliz? Es una especie de infierno.
-Hay cosas que me gustaría preguntarle -dijo Paul tras una pausa.
-Pregúnteme cualquier cosa en el mundo. Me abriré por completo para salvarlo.
-¿Para «salvarme»? -dijo con voz temblorosa.
-Para que no ceje... para que persista. Como le dije la otra noche en Summersoft, que mi ejemplo le resulte
vivo.
-Pero si sus libros no son tan malos -dijo Paul entre risas y sintiendo que si alguna vez algún hombre había
respirado el aire del arte...
-¿Tan malos como qué?
-Su talento es tan grande que se halla en todo lo que hace, tanto en lo que es menos bueno como en lo que es
mejor. Tiene usted unos cuarenta volúmenes que lo demuestran... cuarenta volúmenes de vida maravillosa, de
observación poco común, de capacidad magnífica.
-Soy muy listo, naturalmente que sé eso -pero era algo, en suma, a lo que este autor no daba importancia-.
Señor, ¡qué porquería serían si no lo hubiera sido! Soy un hábil charlatán -prosiguió-. He sido capaz de hacer
que se tragaran mi sistema. Pero ¿sabe lo que es? Es carton-pierre.
-¿Carton-pierre? -Paul quedó impresionado y boquiabierto.
-¡Lincrusta-Walton! ¡Papel barato! [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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