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podía tener, llegó a su casa y apenas pudo contar a su mujer cómo había
pasado; mandole que al menos pidiese los cincuenta ducados que le había
mandado en remuneración de aquellas dos muertes. En esta manera, aquel
físico, muy famoso, ahogado con la violencia de la ponzoña, dio el ánima;
ni tampoco aquel mancebo, marido de esta mujer, detuvo mucho la vida,
porque entre las fingidas lágrimas de ella, murió otra muerte semejante.
Después que el marido fue sepultado, pasados pocos de días, en los cuales
se hacen las exequias a los muertos, la mujer del físico vino a pedir el
precio de la muerte doblada de ambos maridos. Pero aquella mujer mala, en
todo semejante a sí misma, suprimiendo la verdad y mostrando semejanza
de querer cumplir con ella, respondiole muy blandamente, prometiendo que
le pagaría largamente y aun más adelante, y que luego era contenta con tal
condición que quisiese dar un poco de aquel jarabe para acabar el negocio
que había comenzado. La mujer del físico, inducida por los lazos y engaños
de aquella mala hembra, fácilmente consintió en lo que le demandaba, y
por agradar y mostrar ser servidora de aquella mujer, que era muy rica,
muy prestamente fue a su casa y trajo toda la bujeta de la ponzoña, y
diósela a aquella mujer, la cual, hallada causa y materia de grandes
maldades, procedió adelante largamente con sus manos sangrientas. Ella
tenía una hija pequeña de aquel marido que poco ha había muerto, y a esta
niña, como le venían por sucesión los bienes de su padre, como el derecho
manda, queríala muy mal, y codiciando con mucha ansia todo el patrimonio
de su hija, deseábala ver muerta. Así que ella, siendo cierto que las madres,
aunque sean malas, heredan los bienes de los hijos difuntos, deliberó de ser
tan buena madre para su hija cual fue mujer para su marido; de manera que,
como vio tiempo, ordenó un convite, en el cual hirió con aquella ponzoña a
la mujer del físico, juntamente con su misma hija; y como la niña era
pequeña y tenía el espíritu sutil, luego la ponzoña rabiosa se entró en las
delicadas y tiernas venas y entrañas, y murió. La mujer del físico, en tanto
que la tempestad de aquella poción detestable andaba dando vueltas por sus
pulmones, sospechando primero lo que había de ser y luego cómo se
comenzó a hinchar, ya más cierta que lo cierto, corrió presto a la casa del
senador, y con gran clamor comenzó a llamar su ayuda y favor, a las cuales
voces el pueblo todo se levantó con gran tumulto; diciendo ella que quería
descubrir grandes traiciones, hizo que las puertas de la casa y juntamente
las orejas del senador se abriesen, y contadas por orden las maldades de
aquella cruda mujer desde el principio, súbitamente le tomó un
desvanecimiento de cabeza, cayó con la boca medio abierta, que no pudo
más hablar, y dando grandes tenazadas con los dientes, cayó muerta ante
los pies del senador. Cuando él esto vio, como era hombre ejercitado en
tales cosas, maldiciendo la maldad de aquella hechicera, con que tantos
había muerto, no permitió que el negocio se enfriase con perezosa dilación;
y luego traída allí aquella mujer, apartados los de su cámara, con amenazas
y tormentos sacó de ella toda la verdad, y así fue sentenciada que la
echasen a las bestias, como quiera que esta pena era menor de la que ella
merecía; pero diéronsela, porque no se pudo pensar otro tormento que más
digno fuese para su maldad. Tal era la mujer con quien yo había de tener
matrimonio públicamente; por lo cual, estando así suspenso, tenía conmigo
muy gran pena y fatiga, esperando el día de aquella fiesta; y, cierto, muchas
veces pensaba tomar la muerte con mis manos y matarme antes que
ensuciarme juntándome yo con mujer tan maligna, o que hubiese yo de
perder la vergüenza con infamia de tan público espectáculo. Pero privado
yo de manos humanas, y privado de los dedos, con la uña redonda y
maciza, no podía aprestar espada ni cuchillo para hacer lo que quería; en
fin, yo consolaba estas mis extremas fatigas con una muy pequeña
esperanza, y era que el verano comenzaba ya y que pintaba todas las cosas
con hierbezuelas floridas y vestía los prados con flores de muchos colores,
y que luego las rosas, echando de sí olores celestiales, salidas de su
vestidura espinosa, resplandecerían y me tornarían a mi primer Lucio,
como yo antes era.
Capítulo VI
En el cual se cuentan muy largamente las solemnes fiestas que en Corinto
se celebraron, y cómo, estando aparejado el teatro para la fiesta que el
asno había de hacer, huyó sin más parecer.
En esto, he aquí do viene el día que era señalado para aquella fiesta, y
con muy gran pompa y favor, acompañándome todo el pueblo, yo fui
llevado al teatro, y en tanto que comenzaban a hacer para principio de la
fiesta ciertas danzas y representaciones, yo estuve parado ante a puerta del
teatro, paciendo grama y otras hierbas frescas que yo había placer de
comer, y como la puerta del teatro estaba abierta, sin impedimento, muy
muchas veces recreaba los ojos curiosos mirando aquellas graciosas fiestas.
Porque allí había mozos y mozas de muy florida edad, hermosos en sus
personas y resplandecientes en las vestiduras, en el andar, saltadores que
bailaban y representaban una fábula griega, que se llama pírrica, los cuales,
dispuestos sus órdenes, andaban sus graciosas vueltas, unas veces en rueda,
otras juntos en ordenanza torcida, otras veces hechos en cuña, en manera
cuadrada y apartándose unos de otros. Después que aquella trompa con que [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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