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que una noche echarían la cristiana comprada a la mar, diciendo que era Leonisa, la cautiva
del Gran Señor, que se había muerto; y que esto se podía hacer y se haría en modo que jamás
la verdad fuese descubierta, y él quedase sin culpa con el Gran Señor y con el cumplimiento
de su voluntad; y que, para la duración de su gusto, después se daría traza conveniente y más
provechosa. Estaba tan ciego el mísero y anciano cadí que, si otros mil disparates le dijeran,
como fueran encaminados a cumplir sus esperanzas, todos los creyera; cuanto más, que le
pareció que todo lo que le decían llevaba buen camino y prometía próspero suceso; y así era
la verdad, si la intención de los dos consejeros no fuera levantarse con el bajel y darle a él la
muerte en pago de sus locos pensamientos. Ofreciósele al cadí otra dificultad, a su parecer
mayor de las que en aquel caso se le podía ofrecer; y era pensar que su mujer Halima no le
había de dejar ir a Constantinopla si no la llevaba consigo; pero presto la facilitó, diciendo
que en cambio de la cristiana que habían de comprar para que muriese por Leonisa, serviría
Halima, de quien deseaba librarse más que de la muerte.
Con la misma facilidad que él lo pensó, con la misma se lo concedieron Mahamut y Ricardo;
y, quedando firmes en esto, aquel mismo día dio cuenta el cadí a Halima del viaje que
pensaba hacer a Constantinopla a llevar la cristiana al Gran Señor, de cuya liberalidad
esperaba que le hiciese Gran Cadí del Cairo o de Constantinopla. Halima le dijo que le
parecía muy bien su determinación, creyendo que se dejaría a Ricardo en casa; mas, cuando
el cadí le certificó que le había de llevar consigo y a Mahamut también, tornó a mudar de
parecer y a desaconsejarle lo que primero le había aconsejado. En resolución, concluyó que si
no la llevaba consigo, no pensaba dejarle ir en ninguna manera. Contentóse el cadí de hacer
lo que ella quería, porque pensaba sacudir presto de su cuello aquella para él tan pesada
carga.
No se descuidaba en este tiempo Hazán Bajá de solicitar al cadí le entregase la esclava,
ofreciéndole montes de oro, y habiéndole dado a Ricardo de balde, cuyo rescate apreciaba en
dos mil escudos; facilitábale la entrega con la misma industria que él se había imaginado de
hacer muerta la cautiva cuando el Gran Turco enviase por ella. Todas estas dádivas y
promesas aprovecharon con el cadí no más de ponerle en la voluntad que abreviase su
partida. Y así, solicitado de su deseo y de las importunaciones de Hazán, y aun de las de
Halima, que también fabricaba en el aire vanas esperanzas, dentro de veinte días aderezó un
bergantín de quince bancos, y le armó de buenas boyas, moros y de algunos cristianos
griegos. Embarcó en él toda su riqueza, y Halima no dejó en su casa cosa de momento, y
rogó a su marido que la dejase llevar consigo a sus padres, para que viesen a Constantinopla.
Era la intención de Halima la misma que la de Mahamut: hacer con él y con Ricardo que en
el camino se alzasen con el bergantín; pero no les quiso declarar su pensamiento hasta verse
embarcada, y esto con voluntad de irse a tierra de cristianos, y volverse a lo que primero
había sido, y casarse con Ricardo, pues era de creer que, llevando tantas riquezas consigo y
volviéndose cristiana, no dejaría de tomarla por mujer.
En este tiempo habló otra vez Ricardo con Leonisa y le declaró toda su intención, y ella le
dijo la que tenía Halima, que con ella había comunicado; encomendáronse los dos el secreto,
y, encomendándose a Dios, esperaban el día de la partida, el cual llegado, salió Hazán
acompañándolos hasta la marina con todos sus soldados, y no los dejó hasta que se hicieron
a la vela, ni aun quitó los ojos del bergantín hasta perderle de vista; y parece que el aire de los
suspiros que el enamorado moro arrojaba impelía con mayor fuerza las velas que le
apartaban y llevaban el alma. Mas como aquel a quien el amor había tanto tiempo que
sosegar no le dejaba, pensando en lo que había de hacer para no morir a manos de sus
deseos, puso luego por obra lo que con largo discurso y resoluta determinación tenía
pensado; y así, en un bajel de diez y siete bancos, que en otro puerto había hecho armar,
puso en él cincuenta soldados, todos amigos y conocidos suyos, y a quien él tenía obligados
con muchas dádivas y promesas, y dioles orden que saliesen al camino y tomasen el bajel del
cadí y sus riquezas, pasando a cuchillo cuantos en él iban, si no fuese a Leonisa la cautiva;
que a ella sola quería por despojo aventajado a los muchos haberes que el bergantín llevaba; [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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